El sur de China se enfrenta a un brote alarmante de chikungunya, una enfermedad viral transmitida por mosquitos que ha infectado a más de 8,000 personas en la región. Este resurgimiento ha traído consigo recuerdos inquietantes de las estrictas medidas de control implementadas durante la pandemia de COVID-19. Las autoridades han recurrido a tácticas de cuarentena y desinfección que evocan los días oscuros de la crisis sanitaria global, generando ansiedad y descontento entre la población.
La situación ha sido descrita por los residentes como un «terrible déjà vu». Xie, un empresario de Foshan, relata cómo las autoridades han comenzado a desinfectar las calles, realizar cuarentenas en hospitales y entrar a la fuerza en apartamentos para fumigar y tomar muestras de sangre. Este tipo de intervenciones ha revivido temores pasados, ya que muchos ciudadanos aún llevan las cicatrices emocionales de los severos confinamientos que vivieron durante la pandemia. La política de «Covid Cero», que había sido la norma en China, ha vuelto a ser implementada en un intento por controlar la propagación del chikungunya.
Las autoridades han desplegado drones para identificar criaderos de mosquitos y han liberado especies de mosquitos que se alimentan de los portadores del virus. Sin embargo, la respuesta ha sido criticada por su severidad. En algunos casos, se han reportado violaciones de derechos básicos, como el ingreso forzado a hogares para realizar pruebas a niños mientras dormían. Este tipo de acciones ha generado un fuerte descontento en la población, que recuerda las restricciones de la pandemia.
La respuesta de las autoridades ha incluido la advertencia de multas significativas para aquellos que no cooperen con las medidas de control. En Foshan, se han reportado cortes de electricidad como castigo a los residentes que se niegan a permitir la entrada de funcionarios a sus hogares. Esta situación ha llevado a muchos a cuestionar la necesidad de tales medidas, dado que el chikungunya, aunque incómodo, generalmente causa síntomas leves y rara vez es mortal.
La propagación del chikungunya no se limita a Foshan. Se han registrado más de 200 casos en un radio de 160 kilómetros del epicentro del brote, afectando a otras áreas de Guangdong, Hong Kong y Macao. Las autoridades han tratado de calmar los temores de la población, afirmando que el brote está «bajo control» y que se han tomado medidas para prevenir su propagación. Sin embargo, la percepción pública es diferente, y muchos sienten que las medidas son excesivas y reminiscentes de un pasado reciente que preferirían olvidar.
La Organización Mundial de la Salud ha intervenido, señalando que los casos graves y las muertes por chikungunya son raros, y que generalmente afectan a personas con condiciones de salud subyacentes. Sin embargo, la preocupación persiste, especialmente en un país que ha estado bajo un régimen de control sanitario estricto desde el brote de SARS en 2003. Las farmacias han recibido instrucciones de rastrear a los clientes que compran medicamentos para la fiebre, lo que ha llevado a una sensación de vigilancia constante.
La historia del chikungunya es larga y compleja. Identificado por primera vez en Tanzania en 1952, el virus ha causado brotes en diversas partes del mundo. En Brasil, Bolivia, Argentina y Perú se han registrado los mayores números de infecciones, con un total de aproximadamente 240,000 casos y 90 muertes en 16 países hasta julio. El brote actual en China es el más significativo desde que el virus apareció en el país en 2008, lo que ha llevado a las autoridades a tomar medidas drásticas para evitar una mayor propagación.
La respuesta de la población ha sido variada. Algunos residentes han expresado su frustración y miedo, mientras que otros han cooperado con las medidas de control, recordando la importancia de la salud pública. La situación ha generado un debate sobre el equilibrio entre la seguridad sanitaria y los derechos individuales, un dilema que se ha vuelto cada vez más relevante en el contexto de la salud pública global.
Mientras tanto, las autoridades continúan insistiendo en que todo está bajo control, pero la realidad en el terreno sugiere que el miedo y la ansiedad persisten entre los ciudadanos. La experiencia de la pandemia ha dejado una huella indeleble en la sociedad china, y el resurgimiento del chikungunya ha reavivado esos temores, llevando a muchos a cuestionar la efectividad y la ética de las medidas de control implementadas. En un mundo donde las enfermedades infecciosas siguen siendo una amenaza constante, la forma en que se manejan estos brotes puede tener un impacto duradero en la confianza pública y la salud comunitaria.